La oda a lo común, lejos de perder protagonismo -tras una pandemia que nos ha robado momentos de comunidad y nos ha exigido distanciamiento social- ha resucitado con más fuerza que nunca, agilizando procesos de humanización, no sólo del espacio de oficinas, sino de edificios y ciudades.
Simon Senek reflexionaba sobre cómo la pandemia ha puesto en entredicho la famosa Pirámide de Maslow. Ahora, las personas no tenemos la pertenencia como necesidad intermedia, sino como necesidad básica. Necesitamos la comunidad, pertenecer a un grupo, sociabilizar como parte indispensable de nuestra salud mental.
La búsqueda de la comunidad, nos ha llevado a replantear el trazado urbanístico de las grandes ciudades y aprovechar esta transformación para rescatar la plaza. Ese punto de encuentro común que articula e integra a la comunidad, al barrio, los vecinos y visitantes. La plaza como referente, identifica, crea sentimiento de pertenencia y señaliza una zona.
La plaza, humaniza
Y aunque el lema de humanizar las ciudades ya lleva un tiempo circulando, parece haber calado de lleno tras la pandemia. Queremos reconquistar nuestras calles.
Proyectos como Plaza de España en Madrid o “Superilla” en Poblenou (Barcelona) rescatan la esencia de la plaza y peatonizan la ciudad a favor de las personas.
Porque son numerosos los beneficios de peatonalizar y ensanchar las aceras de las calles de nuestras ciudades creando plazas: fomenta la movilidad sostenible, reduce la contaminación atmosférica y acústica y ahora también podríamos añadir los beneficios para la salud pública porque reduce el riesgo de contagios al poder guardar las distancias de seguridad y practicar deporte en espacios abiertos.
La conquista de lo común, no sólo se queda en nuestras ciudades. Asistimos a proyectos inmobiliarios que actúan sobre las zonas exteriores de su perímetro para crear espacios más verdes, integrados y comunes. Favoreciendo a los usuarios y a los no usuarios porque aportan una visión biofílica al entorno.
Proyectos de iniciativa pública o privada, como el proyecto Renazca, que aglutina a varios de los principales patrimonialistas y SOCIMIS para actualizar Azca y dotarla de una escala humana, accesible y común.
Otras veces, como el edificio Ulises en Madrid, renombrado como ARBOR y propiedad del fondo Kennedy Wilson, transforman su look&feel en un proyecto D&B de plug&go, recuperando un espacio exterior que permite a sus usuarios disponer de plazas donde desconectar, hacer deporte, reunirse o asistir a un evento al aire libre. Y también -esta nueva forma de entender el activo- impulsa la imagen verde de un edificio que antes no estaba integrado en la zona residencial de Arturo Soria.
La oficina del futuro
Todo este proceso de creación de comunidad, llega a la oficina. Y lejos de desaparecer, se vuelve a transformar, algo que venía haciendo antes de la pandemia.
La transformación de la oficina, la convierte en otra plaza. La necesidad de crear cultura corporativa, atraer y retener talento, cuestiona la oficina tradicional de praderas, despachos y salas y la convierte en un lugar destino donde se va a hacer lo que la tecnología y el trabajo en remoto no puede dar: comunidad, sentimiento de pertenencia e identidad colectiva.
Creatividad, innovación y resolución de problemas es algo que proviene de las personas y que requiere compartir y pensar en grupo. Las oficinas del futuro permiten este trabajo colectivo. Las plazas del futuro son las herramientas que consolidan el trabajo en comunión.
Por Covadonga G. Quintana. Socia Directora de plug&go Arquitectura Corporativa